🌕 El salto del corredor número 3

Gentileza Nota e Imagen  Eterno Extranjero 

Crónica del amor que desafió la gravedad

En el año 2147, cuando las carreras de motocross ya no se disputaban por trofeos sino por ideales, el corredor número 3 del VMXArgentina de Navarro se convirtió en leyenda. No por su velocidad, ni por sus victorias, sino por un salto que desafió la gravedad, el tiempo y el corazón humano.

Su nombre era Elías Vega, aunque pocos lo recuerdan así. Para todos, era simplemente “el que saltó por amor”.

🏁 La promesa

Elías no corría por fama. Corría por Luna —una ingeniera aeroespacial que había sido enviada a la colonia lunar Selene IX para construir el primer puerto interplanetario. Antes de partir, le dijo:

“Si alguna vez logras tocar la luna, sabré que aún pensás en mí.”

Desde entonces, Elías entrenó en silencio. No para ganar. Para volar.

🌌 La noche del salto

Era la final del campeonato. El cielo estaba despejado, la luna brillaba como si supiera lo que estaba por ocurrir. Elías se presentó con su moto modificada: ligera, aerodinámica, con propulsores de plasma ocultos en el chasis. Nadie lo notó. Todos esperaban una carrera más.

Pero él no corrió. Él despegó.

La rampa de tierra se convirtió en plataforma de lanzamiento. Elías aceleró con furia, y en cuatro fases perfectas, su moto se elevó como si la gravedad fuera solo un rumor. La imagen compuesta que capturó ese momento muestra su progresión:

Elías despegando con determinación.

Elías flotando como un cometa.

Elías alcanzando la altura donde la luna parecía al alcance de la mano.

Elías descendiendo, no como quien cae, sino como quien regresa de una promesa cumplida.

📷 El testigo invisible

Pero hay algo más en esta historia. Algo que no se ve a simple vista.

El salto fue capturado por un fotógrafo errante, conocido solo como El Extranjero Eterno. No era un profesional común. Viajaba por mundos, por circuitos olvidados, por cielos que aún no tenían nombre. Su cámara no capturaba momentos: capturaba verdades.

Aquella noche en Navarro, mientras la luna se alzaba como testigo silencioso, él sintió algo distinto. No era la emoción del deporte ni la belleza del paisaje. Era otra cosa. Algo que ardía sin quemar. Algo que no se entiende, pero se siente.

Cuando Elías despegó, el Extranjero Eterno no solo vio el salto. Lo sintió. Como si el corredor no estuviera buscando la luna, sino escapando de la gravedad del olvido. Como si cada metro en el aire fuera una carta de amor escrita con polvo y coraje.

Y entonces, al capturar la secuencia, el Extranjero Eterno comprendió:

El amor no se enciende. El amor no se apaga. El amor salta.

Quizás, en ese instante, él también se enamoró. No de Luna, ni de Elías, sino del acto mismo de amar sin garantías. De saltar al vacío sabiendo que puede doler, pero hacerlo igual.

Desde entonces, el Extranjero Eterno no volvió a fotografiar. O sí. No se sabe... 

Ahora vaga por otros cielos, buscando el próximo salto que le recuerde que el amor —como la luz— no necesita permiso para brillar.

🛰️ El eco en la luna

En la base lunar, Luna observaba la Tierra a través del telescopio orbital. En ese instante, una luz cruzó el cielo. No era meteorito. No era nave. Era él.

“Lo logró,” murmuró, con una sonrisa que iluminó más que los paneles solares de Selene IX.

Desde ese día, el salto del corredor número 3 no se mide en metros, sino en emociones. Se convirtió en símbolo de que el amor —cuando se mezcla con velocidad, polvo y sueños— puede alcanzar incluso lo imposible.

🏍️ Epílogo

La fotografía compuesta, con la secuencia del salto y la luna de fondo, se convirtió en un acto de amor.

Elías nunca volvió a competir. Su moto quedó enterrada en el circuito de Navarro, bajo una placa que dice:

“Aquí despegó el amor más rápido que la luz.”

Y cada vez que alguien mira esa imagen, siente que hay algo más allá del deporte, más allá de la técnica. Algo que vibra entre el corazón y el cielo. Algo que salta.

Gracias Extranjero Eterno!!!!